Me di cuenta...


Fue ahí cuando me di cuenta.

Su sonrisa cada vez que me hablaba o me miraba, no desaparecía.

Sus ojos mirando directamente a los míos, como si quisiera meterse en mi interior y ver todo lo que ahí se esconde.

Simples “peleillas” con juegos de manos que nada más buscaba, acercándose a mí.

Y cuando me iba, su sonrisa pícara se dirigía hacia mí, con su mirada recorriendo mi cuerpo de arriba abajo, como queriendo inspeccionar cada parte de mí sin que se le escapara ningún detalle.

Fue ahí cuando me di cuenta que lo que tanto intuía podría llegar a ser real, pero no quería que esto fuese así. Me llegué a sentir alabada, querida, e incluso, deseada, pero lo peor de todo no es eso, sino que en parte, me gustó.

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