Días de lluvia
Odio los días de lluvia. No es porque llueva en sí, sino por el hecho de que llueva mientras yo estoy en la calle.
Hoy es uno de esos días que te levantas y ves que el sol ha salido pero a su alrededor le rodean unas nubes un tanto sospechosas. Y te dices a ti mismo: "solo voy a salir un par de horas no creo que se líe a llover mucho en ese rato".
A la hora después... sí, está lloviendo y a mares. "Pero bueno, solo son quince minutos hasta llegar a casa y tengo paraguas, no pasa nada".
¿Habéis visto en las pelis cuando una persona va andando por la calle un día de lluvia y un coche le salpica, y se pone empapada? Diréis "sí, eso solo pasa en las pelis", hasta que un día te pasa y en esos quince minutos te pones como una sopa, y el agua te cala hasta los huesos.
¿He dicho que odio los días de lluvia?
Pero, la verdad, no me importaría mirar como llueve desde la ventana de mi casa.
Imaginaros un domingo de otoño, en el sofá de tu casa, rodeada con una mantita, y mirar por la
ventana como cae el agua. Escuchando como las gotas impactan sobre las superficies, escuchando su monotonía, sintiendo la tranquilidad que eso transmite. En ese momento no se puede pedir nada más, solo pedir que no tengas que salir de casa.
Hoy es uno de esos días que te levantas y ves que el sol ha salido pero a su alrededor le rodean unas nubes un tanto sospechosas. Y te dices a ti mismo: "solo voy a salir un par de horas no creo que se líe a llover mucho en ese rato".
A la hora después... sí, está lloviendo y a mares. "Pero bueno, solo son quince minutos hasta llegar a casa y tengo paraguas, no pasa nada".
¿Habéis visto en las pelis cuando una persona va andando por la calle un día de lluvia y un coche le salpica, y se pone empapada? Diréis "sí, eso solo pasa en las pelis", hasta que un día te pasa y en esos quince minutos te pones como una sopa, y el agua te cala hasta los huesos.
¿He dicho que odio los días de lluvia?
Pero, la verdad, no me importaría mirar como llueve desde la ventana de mi casa.
Imaginaros un domingo de otoño, en el sofá de tu casa, rodeada con una mantita, y mirar por la
ventana como cae el agua. Escuchando como las gotas impactan sobre las superficies, escuchando su monotonía, sintiendo la tranquilidad que eso transmite. En ese momento no se puede pedir nada más, solo pedir que no tengas que salir de casa.
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